
Türkiye on Foot

Aquí tienes otro capítulo del diario de viaje de Nico, aka Pieroad, quien, después de tres años y medio caminando por el mundo, llega a Turquía, la puerta entre Oriente y Occidente y la primera etapa de su camino por Europa, en su lento regreso a casa. ¡Buena lectura!
UN ÇAY HUMEANTE
En Turquia se consumen cada año doscientas setenta mil toneladas de té. El país ostenta el récord de mayor consumo per cápita del mundo, superando en tres veces a Marruecos (ahy, el té de menta marroquí) y al doble de Irán, lo cual es sorprendente teniendo en cuenta que en los dos meses que pasé allí había bebido hasta trece tés al día. Al leer los datos, un occidental imagina instantáneamente una colosal variedad de sabores encasillados en una cultura compleja, para justificar, de alguna manera, esta primacía. La imaginación lanzada al galope da origen a decenas de vasos de formas extrañas, variedades de azúcar desconocidas y coloreadas, aglutinadas en cubos de todas las formas y tamaños, ejércitos de platillos con motivos florales dignos de un libro universitario de botánica, elaboradas cucharillas como las que se utilizan para el absenta, rituales complejos para servir y teteras de cerámica y materiales preciosos que mantienen a la temperatura adecuada, la exacta, un agua destilada específicamente para ese tipo de té.
Nada podría estar más lejos de la realidad. Los turcos consuman tres kilos de té al año, pero siempre y sólo beben té negro, es decir, servido invariablemente en vasos con lados curvos como las caderas de una chica y fondo redondeado colocado sobre un platillo decorado con pétalos rojos. El azúcar blanco refinado se ofrece en cubos, rara vez a granel, y la cucharita tiene la forma simple que todos conocemos.
Cuando propuse alternativas a las familias que me hospedaban, exóticos polvos de granada u hojas secas de eucalipto y mentol para liberar las gargantas de las garras del invierno, los rostros con los que fueron recibidos les hicieron pensar en extravagancias para probar una vez en la vida para hacer feliz al huésped más que por verdadera curiosidad. En algunos casos incluso han sido rechazados, amablemente por supuesto. Beber çay es como caminar: intuitivo, inmediato, necesario. Saltar sobre un pie, dar la espalda para retroceder, ¿cuál es el punto? Para caminar se camina hacia adelante, un pie tras otro, como siempre se ha hecho y siempre se hará. Hay una especie de religiosidad por el çay que acompaña los Italianos, por ejemplo, en la cultura de la pasta, pero que se diferencia de ella por el silencio con el que se observa y nunca se celebra, precisamente porque es sustancial y se da por sentado. El té es çay y el çay es té negro.
TURQUIA - UNA RUTA
El origen de las hojas es la provincia de Rize, en el norte, encajada entre el Mar Negro y la cordillera Póntica, donde la humedad de la costa precipita creando el ecosistema perfecto para las plantaciones. La ruta directa de tránsito de Georgia a Europa pasa por la región de çay, pero si la lluvia es la condición ideal para cultivar té, no lo es para caminar, especialmente en invierno. Es mejor soportar unos cientos de kilómetros más para salvar los pies del moho y el moral de tres meses sombríos y deprimentes. ¿Adónde ir entonces?
Giorgio era un tipo en quien se podía confiar, tenía buen ojo y se movía bien, prestando atención a los detalles. Nos habíamos encontrado en la Patagonia, del lado argentino, y nos habíamos vuelto a encontrar dos años después en Armenia, en el campamento base del Aragats, la víspera del día en que subiríamos a la cumbre. Al estar en constante movimiento tienes poco tiempo para evaluar a las personas con las que estás tratando; en cuatro años por el mundo, había comprendido que me sentía a gusto con los que aman al cansancio y a la montaña. Giorgio viajaba en dirección contraria, hacia Asia Central, y dentro de dos meses estaría enseñando inglés en un pueblo kirguís bajo las cumbres del Pamir. Habíamos hablado de fronteras, de Irán, de caminos, fortalezas y torres de vigilancia medievales; había tallado una en la parte superior de su bastón, era el símbolo que había elegido para Georgia. En Çıldır, en el lado turco, había un castillo, el Castillo del Diablo, y un lago, el lago Çıldır obviamente, que era grande y que en invierno se congelaba y se podía pisar. Era un buen lugar para cruzar, incluso manteniéndose en la carretera como lo hacía la gente normal. Para salir de Turquía, Giorgio había pasado por allí. Recomendó la frontera porque los controles habían sido laxos. Con Ezio a cuestas, el cochecito en el que transporto mi vida material, el detalle fue de fundamental importancia. No se ve todos los días un cochecito para gemelos empujado por un tipo barbudo con el pelo de cuatro años. Es normal que la pareja desperte sospechas.
Por lo tanto, me habría encontrado en el extremo oriental de la meseta de Anatolia, que corresponde a la Armenia histórica, una tierra con tristes acontecimientos debido al genocidio que no se menciona. Me había conmovido, en parte por el silencio culpable que lo envuelve, en parte porque en los libros escritos por armenios de la diáspora hablan de ello con palabras soñadoras y melancólicas, esas que vibran en las mismas cuerdas de un corazón afligido por la nostalgia. Hice trueque de lluvia por el frío y, como parecía un intercambio ventajoso, decidí aceptar.
LA ARMENIA HISTORICA - KARS
Kars es una ciudad al menos milenaria. Se podría examinar su historia como si fuera la canción infantil de la Feria del Oeste: y vinieron los Turcos, que lucharon contra los Rusos, que derrotaron a los Otomanos, que repelieron a los Persas, que mataron a los Timuridas, que expulsaron a los Georgianos, que eliminaron a los los Mongoles, que ganaron a los Selyúcidas, que vencieron a Bizancio, a quienes derrotaron los Armenios. Evidentemente la cuestión es más complicada, pero la sucesión de pueblos da una idea del tráfico que ha involucrado a Kars desde su fundación. La fortaleza, que todavía domina la ciudad, nunca ha sido un baluarte defensivo eficaz: cada invasor logró conquistarla y apoderarse de la ciudad. Para los Armenios, Kars fue la capital del reino bagrátida, uno de los primeros de la historia nacional. Todavía se conserva una iglesia construida en la época de la Kars capital, la Iglesia de los Doce Apóstoles, año de fundación novecientos cincuenta d.C. Evidentemente fue remodelada, en particular por los Rusos (la iglesia rusa es ortodoxa, la armenia, bueno, armenia; hablaremos de eso más adelante) y por los Turcos, que la convirtieron en mezquita, función desafortunada a juzgar por la ausencia de fieles. De hecho, cuando llegué allí, las otras mezquitas del centro de la ciudad estaban llenas para las oraciones del mediodía.
Bora, el chico que me hospedaba, había propuesto ir juntos. Llevaba algún tiempo caminando por territorio musulmán, pero aún no había asistido al servicio del viernes, el equivalente a la misa dominical. Dentro del mundo islámico, Turquía ha sido descrita como el país laico por excelencia. Por el contrario, desde los primeros días fue evidente que la población avanzaba en una dirección diferente respecto de las aspiraciones constitucionales.
Los fieles turcos tienen una forma de rezar que aún no había visto: abren las palmas de las manos y colocan los pulgares detrás de los lóbulos de las orejas, aplicando una ligera presión antes de abandonar los brazos a los costados y pasar a las invocaciones, según el ritual. Pregunté a Bora si el gesto tenía algo que ver con el oído, como "te escucho" o "escucha mis oraciones", pero él respondió que tenía el mismo significado que las manos juntas para los cristianos: inicio de oración, punto y fin. A cada cual lo suyo.
Kars conserva poco de la presencia armenia y aunque, a pesar de los siglos, la huella de un pueblo puede aspirar a ser recordada, el deseo de los gobiernos turcos de cancelar su memoria ha hecho que cada huella haya sido modificada o, peor aún, eliminada por completo. En el museo de la ciudad la mención es insignificante y los demás lugares de la memoria habían sido cancelados. Sólo quedaba hacer un viaje a Ani, capital del reino bagrátida después de Kars.
LA ARMENIA HISTORICA - ANI Y VAN
Si bien este último ha sobrevivido, transformado, al paso del tiempo, Ani es hoy un yacimiento arqueológico en ruinas, sombra de un pasado supuestamente glorioso. Las noticias hablan de ella como la Ciudad de las Mil Iglesias, hogar de una sensibilidad artística excepcional, fruto de su posición estratégica en el cruce entre Oriente y Occidente, el Cáucaso y Mesopotamia. En los restos de la catedral, algunos estudiosos de la arquitectura sacra han rastreado los elementos de la transición entre el románico y el gótico, definiendo la cuña de las esbeltas y puntiagudas iglesias que poblarían Europa en los siglos siguientes.
Bora y yo entramos con cautela en el vientre del gigante arruinado. En el frontón de la puerta lateral destacaban letras desconocidas: el alfabeto armenio, uno de los más antiguos aún en uso. Fue creado intencionadamente en el siglo IV, con el objetivo de dar a su gente un elemento en el que basar su identidad nacional. Hay otra, anterior a ella: la religión. Como mencioné, la iglesia armenia es armenia, no católica, protestante, ortodoxa o evangélica. Armenia, en sus mejores épocas, fue el primer estado en reconocer el cristianismo como religión oficial, precediendo por ochenta años al Edicto de Tesalónica con el que se consagró el Imperio Romano a la religión de Cristo. La religión y el alfabeto son los elementos que han transportado al pueblo armenio a través de los siglos y las adversidades, cimentando su identidad cultural en presencia de vecinos engorrosos y mucho más poderosos.
Ani sufre sola en una llanura azotada por los vientos helados de Anatolia, descolorida y seca. Los terremotos y los saqueos la devastaron y ahora languidece olvidada por el mundo, demasiado distante del resto de Turquía e inalcanzable desde Armenia, cuya frontera permanece cerrada por razones políticas. Un arroyo invisible se desliza por el fondo del desfiladero que divide las tierras gemelas. Ani, a un paso de la Armenia contemporánea, es el símbolo de una nación quebrada.
El frío intenso de la provincia de Kars es el más severo de Turquía. La temperatura media anual es de cuatro grados, las mínimas alcanzan los treinta y cuarenta bajo cero. Me hubiera gustado quedarme mucho tiempo, como ocurre cada vez que me enamoro de una historia triste, pero avanzar a pie requiere paciencia y cierta constancia, sobre todo cuando las distancias son grandes y el país ofrece un visado limitado que no se puede prorrogar ni renovar. Ezio y yo nos adentramos en el corazón de la Armenia histórica, en las laderas de Ararat, donde, según la leyenda, descansa el Arca de la Alianza; y hacia Van, el paraíso perdido, la ciudad sobre cuyo lago azul hoy sólo quedan algunas iglesias derrumbadas. Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército turco prefirió bombardear su propia ciudad para aplastar la resistencia armenia; sólo quedó en pie la ciudadela, desde donde rugieron los cañones.
Seguía haciendo mucho frío, tanto que empecé a preguntarme si quedarme en la meseta era la mejor opción. La tienda, el saco de dormir y el colchón estaban desgastados por años de servicio en todas las condiciones, pero empezaba a sentir el cansancio y la falta de descansos: en treinta mil kilómetros, nunca había regresado a casa para tomar un descanso. Las personas a las que pedí consejo fueron de opinión unánime: tenía que bajar hacia Mesopotamia. En Van fui huésped de Kamuran, un chico kurdo alto y delgado, estudiante de medicina. Empezamos a discutir en el camino frente a una tetera de çay hirviendo, de esas dobles que contienen agua en la parte inferior del vientre y té concentrado en la superior, para que cada uno elija la intensidad de su propia infusión. Kamuran reveló que a largo plazo beber çay se asocia con una pérdida de hierro en la sangre, según el médico, pero a pesar de saberlo no podía dejarlo. Después de todo, añadió, riéndose y llenando otro vaso más, es probable que suceda, no estoy seguro. Mientras servía más çay, las hojas quedaron atrapadas en el filtro de la tetera pequeña. Cuando lo terminamos, Kamuran abrió una segunda bolsa de plástico amarilla, etiquetada como Rize, similar a la primera. Esta vez, sin embargo, las hojas fueron trituradas tan finamente que algunas se escaparon al fondo del vaso.
PERDER ALTURA CAMINANDO
Llevo mucho tiempo caminando y, sin embargo, cuando empiezo a escribir, siempre pasa lo mismo: me detengo en los primeros días y cuando me doy cuenta tengo que acortar el resto del viaje, exactamente como cuando camino y los días del visado se nos pasan más rápido que los kilómetros.
Kamuran me había convencido, iría a Mesopotamia. ¿Dicho y hecho? Para nada. Desde Van bordeé el lago del mismo nombre entre lluvias persistentes y relatos de lobos hambrientos, exagerados como siempre, hasta llegar al cruce que me llevaría hacia la llanura. ¿Acuerdan la cadena póntica, la que divide al norte la meseta de Anatolia de la franja costera productora de té? Pues en el lado opuesto, en el que yo estaba, hay una segunda cadena montañosa, los Montes Tauros, y para llegar a Mesopotamia habría tenido que cruzarla. Ya calculo las distancias en días, me he acostumbrado: desde el cruce de Tatvan, para llegar a Diyarbakır, hay doscientos kilómetros, cinco días. Las provisiones deberán ser suficientes para cinco almuerzos y cuatro cenas, realizándose la última en la ciudad el día de llegada. Cinco desayunos, cinco meriendas, algunos extras por supuesto. Gracias a Ezio, siempre puedo abundar.
A medida que la altitud disminuye, la condensación nocturna baja al mismo tiempo y el aire comienza a calentarse. A pesar del ambiente tibio, el çay siguió sirviéndose a temperaturas dignas de un círculo infernal. Las calles de los pueblos por los que pasé estaban salpicadas de çay evı, casas de té, cubículos poblados por caballeros en mangas de camisa que se pasaban las horas jugando al dominó y maldiciéndose unos a otros. Curiosamente, en las çay evı sólo sirven bebidas, raramente un trozo de pan, quizá un simit, un donut integral; esto significa que traes comida de afuera, comprando un snack en la panadería de al lado.
MESOPOTAMIA
Llegué - qué hermosa es esta palabra: llegué. Si digo he llegado me parece que salí hace unas horas, que no he logrado verdaderamente llegar hasta allí, pero en cambio llegué, llegué habla de un pasado remoto, en el que tomó tiempo y esfuerzo llegar a donde uno quería conseguir. Llegué, pues, a Diyarbakır después de diez días de caminata entre la meseta de Anatolia, el lago Van, las montañas Tauro y los cerros mesopotámicos, un par de ciudades de orden inferior a la provincia y un pequeño grupo de centros habitados, muchas casas de té, algunos talleres donde me habían invitado a tomar comida e incluso un par de mezquitas donde el imán había ofrecido pasar la noche cuando le pedí montar la carpa.
Así que llegué a Diyarbakır, donde estaba Sheriff (ese es su verdadero nombre), cuya jovial hospitalidad me mantuvo allí durante unos días. Había estado de Erasmus hace unos diez años, en Bari, y de entonces sólo recordaba una palabra, con la que solía llamarme abriendose en una sonrisa: ¡fra! La primera noche, el quinto día en el que no es necesario cocinar, fuimos a comer la especialidad local, el ciğer kebab, hígado de cordero cocinado a la parrilla, una delicia. El kebab turco es muy diferente a lo que tenemos en mente. La piadina que se sirve en Italia, la carne cortada a partir de un panecillo quemado con gas, es casi rara de ver en Turquia. El kebab tradicional consiste en carne en una brocheta, una cuchilla sobre la que se compacta la carne picada o se insertan una serie de bocados (pollo, hígado, verduras). La inflación reciente ha duplicado el precio, situándolo en torno a los 6-10 euros, pero las costumbres son difíciles de morir y el cordero es realmente sabroso; en la calle el olor a carne asada sólo es superado por el del pan recién horneado.
Las ciudades mesopotámicas por las que pasé son muy ricas en historia. Las murallas romanas de Diyarbakır encierran un animado y colorido centro histórico, caravasares otomanos, mezquitas de inspiración persa e incluso algunas iglesias armenias que milagrosamente han permanecido en pie. Urfa, en cambio, conserva catacumbas romanas que por la noche se iluminan con luces suaves, creando un aura de sugestión. No muy lejos de la zona donde descansan los muertos, se encuentra la cueva que protegió la vida de Abraham. En una historia muy similar a la de Cristo, al rey Nimrod se le profetizó el nacimiento de un niño que desafiaría su poder. Buscó y mató a cualquiera que coincidiera con la profecía, pero, por supuesto, no pudo encontrar a Abraham. El niño vivió trece años en la cueva, salió, se convirtió en pastor de rebaños y de hombres, se convirtió en profeta y padre de las religiones que llevan su nombre, incluido el Islam.
La historia de Mesopotamia es desbordante y no se limita a centros habitados. Los sitios arqueológicos abundan, cada pocos años se descubren nuevos y la gente sigue excavando en busca de nuevas respuestas y preguntas. El más famoso es sin duda Gobekli Tepe, donde se encontraron los primeros ejemplos de estructuras megalíticas de la historia. Siempre se ha pensado que fue la agricultura la que llevó al hombre a emprender una vida sedentaria; sin embargo, los monolitos de Gobekli Tepe parecen contar una versión diferente, en la que parece haber sido una tensión espiritual la que llevó a los hombres a estabilizarse. El Tigris y el Éufrates, testigos de estas aventuras, aparecieron mientras yo caminaba por suaves colinas cubiertas de olivos, como si hubiera salido mágicamente de los libros de la escuela primaria. Vieron el paso de la humanidad de una vida nómada a una sedentaria; ¿Dónde estaba yo, considerando con el flujo unidireccional de su curso?
HACIA CASA
Al son del çay ardiente conocí la capital culinaria de Türkiye, Gaziantep, y propuse un brindis sin alcohol (inusual para un veneto) con unos italianos que conocí en Adana. Había cruzado por última vez la cadena de Tauro, llegando casi a las costas del Mediterráneo. Cuatro años antes lo había dejado para subir a un catamarán y cruzar el Atlántico, hacia América Latina. Me di cuenta, me doy cuenta, de que esta expresión aparece varias veces, Durante cuatro años. ¿Cuántas veces lo he escrito? Mucho menos de lo que he pensado. Acercarse a Estambul, al final del viaje en Turquía, significaba concluir el capítulo llamado Asia y regresar a Europa. Volver. Me he sentido como en casa en más de una ocasión y quizás haya aprendido a sentirlo dondequiera plante mi tienda: es mi casa naranja sin dirección, pequeña para caber en todas partes y lo suficientemente grande para sentarse. Sin embargo, Europa sigue siendo mi patria, el lugar de donde salí y donde se encuentran la mayoría de mis seres queridos: viejos amigos, los más recientes, mi familia.
Fue necesario otro buen mes para caminar desde Adana a Estambul. Volví al frío severo de la meseta de Anatolia, volví a calentarme la barriga con el çay caliente de las gasolineras. Fue muy difícil pagarlos, al verme llegar me hacían una señal para entrar a la habitación utilizada como oficina, donde un enorme termo mantenía el té a temperaturas cercanas al punto de ebullición. En un instante, me encontraba con las gafas empañadas y un vaso en las manos. Una curiosidad, a este respecto, es que el çay está tan caliente que hay que utilizar dos vasos para poder sujetarlo sin quemarse. Lamentablemente, el concepto de desperdicio o uso parsimonioso, fuera de Europa, aún no ha arraigado.
A principios de octubre de 2023 di mis primeros pasos desde Calcuta, India, marcando el inicio de la travesía del continente asiático a pie. Diez mil kilómetros y catorce meses después crucé el canal del Bósforo y puse un pie en Europa. Llegué a la frontera búlgara una semana después, empujando a un Ezio inusualmente cargado. Mi amigo, además de provisiones, ropa y material de camping, guardaba una caja con un juego de dominó y un sistema de teteras como recuerdo de los tres meses pasados en Turquía. Así como el mate, en la Patagonia, es un espacio de conversación y meditación, un çay humeante es el coeficiente de agregación social del mundo islámico, reemplazando a la cerveza fresca. Me he preguntado muchas veces qué ha cambiado en mi forma de vida. Al regresar a casa podré notarlo, por diferencia, observando la vida de los que quedaron. Sin embargo, por pequeño que sea el detalle, creo que el çay seguirá acompañándome durante las charlas en las que hablaré de La vuelta del mundo a pie.
#vueltadelmundo #vueltadelmundoapie
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